2. Desde los primeros siglos, hombres y mujeres creyentes se sintieron
llamados a seguir a Jesús, imitando su vida de austeridad, penitencia y oración
que vivió en el desierto durante cuarenta días. Estilo de vida que se
configuró, junto al de las Vírgenes, en la primera forma de Vida Consagrada
reconocida por la comunidad cristiana.
3. El deseo de una vida cristiana auténtica llevó a los primeros ermitaños a
abrazar una vida de soledad y silencio, donde la vida de oración, trabajo y
penitencia, constituyera en sí, una manera de unirse más perfectamente al Dador
de la vida. En el fondo, es el deseo de Dios el que los llevó por caminos
muchas veces heroicos e insospechados.
Es este mismo deseo de Dios el que continúa
hoy impulsando la vida eclesial, y es en este momento concreto de la Historia,
y atendiendo a la llamada del Concilio Vaticano II por renovar las antiguas
tradiciones monásticas, y adaptándolas a las actuales necesidades de las almas,
como surge esta Regla de la Cruz, para que todos aquellos quienes se acojan a
ella, y los eremitorios que la tomen, constituyan semilleros que edifiquen al
Pueblo de Dios, procuren la santidad del mismo y salven a todos los hombres.
4. Todo cuanto aquí se expresa, proviene de la milenaria tradición
eremítico-monacal, vida consagrada evangélica, que dicho de una u otra manera
en las diversas Reglas, conforman el Patrimonio Monástico de la Iglesia.
5. Toda la vida del ermitaño se orienta a la intensa búsqueda de su unión con Dios, sea en sus actividades exteriores o interiores. De ahí que excluye todo tipo de compromisos externos y directos de apostolado; aunque sea de forma limitada. Como contemplativo, tampoco participa físicamente en ningún acontecimiento y/o ministerio de la comunidad eclesial; y por lo mismo, no ha de ser solicitada su presencia, ya que constituiría un antitestimonio de su verdadera misión en el Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, de nadie más que de él, debe entenderse
aquella frase de Jesús: «Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»,
es decir, que sobre todo él, debe poner en práctica de un modo concreto y
eficaz la separación del mundo, nota que le caracteriza; testimoniando de esta
forma, el carácter provisorio del tiempo presente.
6. El ermitaño, con su vocación particular, a vivir en la intimidad con
Cristo, oculto a los ojos del mundo, con su oración contemplativa, en
silenciosa soledad y gozosa penitencia, es una auténtica donación y fraternal
consagración, que interpela a la sociedad actual en su búsqueda insaciable de
placer y bienestar.
Acogedor y preocupado por la salvación de
todas las almas, llevando en su corazón los sufrimientos y las ansias de
cuantos recurren en su ayuda, por vocación se une más y mejor a todos, y se
vuelve profundamente solidario con los acontecimientos de la Iglesia y del
mundo, colaborando espiritualmente en la edificación del Reino, que con su
testimonio, anticipa y acelera.
7. Siguiendo el camino trazado por aquellos que desde los primeros siglos de
la Iglesia, fueron llamados por Dios al combate espiritual en el desierto, y
atendiendo también a las palabras del Profeta: «Le llevaré al desierto y le
hablaré al corazón», el ermitaño de hoy, puede ir al desierto, al que el
Espíritu lo lleve; concibiendo el desierto en nuestros días, como aquel lugar
con las condiciones necesarias de soledad y silencio, que puede ser una montaña
alejada de las poblaciones o bien en otro sitio idóneo, atendiendo siempre a
«una separación más estricta del mundo», pues con ello, no sólo salvaguarda el
nombre de ermitaño, sino que a la vez, asegura la integridad e identidad de
esta vida dedicada exclusivamente a Dios.
III MORADA
DE DIOS
8. El monje, impulsado por el Espíritu Santo a habitar un sitio concreto de una
Diócesis, vive en un eremitorio, imagen de la Iglesia.
El eremitorio es morada de Dios, paraíso terreno donde el ermitaño a través de la liturgia, la Lectio divina, el silencio, la soledad,
el trabajo y la oración incesante va conformándose a imagen de Cristo Sacerdote
y Víctima. La Palabra de Dios instruye al monje en la disciplina del corazón y
en la ascesis, de este modo, dócil siempre al Espíritu Santo, puede alcanzar la
pureza del corazón y el constante recuerdo de la presencia de su Creador.
El eremitorio es un lugar profético,
anticipación del mundo realizado en Cristo Resucitado, anuncio constante de un
universo llegado a su plenitud, lleno sólo de caridad y de la alabanza divina.
a)
Dentro y fuera del eremitorio se guarda un absoluto silencio.
b) Que el eremitorio tenga un territorio
extenso, para que el ermitaño en algunos momentos determinados, pueda orar
mientras camina, sin que sea molestado por curiosos.
9. En el eremitorio vive exclusivamente el ermitaño, y en períodos sumamente
cortos, algún huésped que venga para hacer un retiro personal o bien otras
personas por razón de prueba.
IV LA
VIDA SOLITARIA
10. El ermitaño está consagrado a Dios y manifiesta su vida con un
apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración
asidua y la penitencia, dedicando su vida a la alabanza de Dios y salvación del
mundo. De esta manera contribuye con su vida escondida, al desarrollo y santidad
del Cuerpo Místico de Cristo.
11. Por la Profesión Monástica, el ermitaño se consagra a Dios y se incorpora
a una Diócesis que le acoge, renovando y vivificando su consagración recibida
en los sacramentos del Bautismo y Confirmación. Y prometiendo estabilidad, se
obliga a una auténtica conversión de su vida en animosa obediencia hasta la
muerte.
12. Por el Voto de Obediencia, el ermitaño promete cumplir cuanto le mande el
Ordinario del lugar, que es su Superior legítimo e inmediato, y lo realiza todo
como si Dios mismo lo mandara. De esta manera crece en el abandono de su propia
voluntad, e incitado por el amor, avanza hacia la vida eterna.
Teniendo siempre en su corazón aquellas
palabras de su Señor, que dijo: «No vine a hacer mi voluntad, sino la de Aquel
que me envió», sométase al Superior, siguiendo el ejemplo de Cristo que se hizo
obediente hasta la muerte, y siga su forma de vida, bajo la dirección de las
manos que han recibido sus votos.
13. La Profesión Solemne es irrevocable, esto implica que el monje realice un
serio ejercicio de discernimiento delante de Dios, pues comporta una entrega
total a Él y a su Iglesia. Por el Voto de Estabilidad, el monje se compromete a
vivir en un sitio concreto, inserto en una Diócesis, para estabilizar su cuerpo
y su alma. Por lo tanto, no existe ninguna razón de peso para pedir su traslado
a otro lugar, comprendiendo que el deseo de cualquier cambio desdice su
vocación de solitario.
Abrácese con paciencia a las condiciones del
sitio al que ha sido llevado por el Espíritu y recuerde sin cansarse ni
desistir de tan gran propósito que ha hecho, pues dice la Escritura: «El que
persevere hasta el fin, se salvará», y recordando las otras palabras del
Profeta, que dice: «Espera en el Señor, se valiente», anímese y no desespere,
sabiendo que recibirá mucho más de aquello que ha dado.
14. Nuestro retorno a Dios es sencillo y se conquista fácilmente con el
desprendimiento de todo, sean objetos, sujetos o afectos desordenados.
Despojándose sobre todo de sí mismo, el ermitaño participará del estilo de vida
de los primeros y santos Padres del desierto, que lograron la santa unión; sólo
así podrá decir con el Profeta: «me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi
heredad».
Por el Voto de Conversión de Vida, el monje,
en medio de la soledad y el silencio, quedando a su libre albedrío, examina lo
que es grato a los ojos de Dios y cumple responsablemente con su compromiso.
Discerniendo junto con el Obispo, evite sobre todo conformarse al mundo, del
que se encuentra separado, pues si abraza con facilidad las comodidades de la
vida, contradecirá su estado de vida de abandono total a la Divina Providencia.
El monje al elegir a Cristo Pobre, para
enriquecerse con su pobreza, no se apoya en lo terreno sino en Dios. Por lo
tanto, nada considere como propio, ni siquiera el dominio de su propio cuerpo.
El ermitaño pues renuncia a la facultad de pedir, recibir, dar o transferir
alguna cosa sin permiso.
Que en todo el eremitorio aparezca la
sencillez y la pobreza, retirando de él cuanto de superfluo y llamativo exista.
Ningún instrumento musical está permitido
para acompañar el canto litúrgico, pero pueden admitirse aquellos que sirvan
para educar la voz o la grabación, con el fin de aprender el canto.
Quedan totalmente excluidos los medios de
comunicación masiva como la radio, la televisión o cualquier otro que no sea
verdaderamente necesario para el progreso espiritual del ermitaño.
Cuando el ermitaño esté enfermo, abrácese a
la Cruz de su Redentor y recuerde que ha elegido una vida de penitencia y
ofrezca a Dios cuanto sufre, a fin de que alcance con ello, la salvación de
muchas almas. No le está permitido hacer uso de ningún tipo de seguro médico,
pues resultaría contradictorio respecto al deseo de abrazar una vida
verdaderamente austera. Puede, si el Director espiritual lo sugiere, o su
Superior Inmediato, en caso de gravedad, recibir la visita de un médico; pero
ante todo, ponga su confianza en Dios, y use de los medios que los más pobres
también tienen a su disposición.
El monje, olvidado de sí, y de la vida de
pecado que ha dejado, corra hacia la meta, hasta alcanzar el Premio que Dios le
reserva en su Hijo Amado, y así, con todas sus fuerzas y apoyado en su Señor,
trate de estabilizar en él, todos sus pensamientos y sus afectos, con un
corazón sencillo, manso y humilde y una castidad perfecta de mente y corazón,
acordándose que Dios siempre está presente, repita las palabras del Profeta y
diga en todo momento: «Yo te amo Señor, Tú eres mi fortaleza».
15. El hábito es signo de consagración, el del ermitaño no debe de tener nada
de lujoso o superfluo, contrario a la simplicidad y pobreza religiosa. Como
monje le corresponde la rusticidad en la ropa y en todas las demás cosas que
usa. Por tradición los monjes han usado una túnica y un escapulario, con un
cinturón de piel; para distinguirles de los religiosos. El color varía de
acuerdo a las zonas, aunque el color negro es el de uso común. La cogulla,
blanca, es propiamente el hábito monástico y se entrega al ermitaño el día de
su Profesión Solemne. Cuídese que este signo sea entregado por un Abad, para
asegurar la transmisión de la tradición monástica.
16. Para el ermitaño la oración es vida. Toda acción, por insignificante que
parezca, debe tender a la oración, puesto que constituye un trabajo vocacional en él.
La oración ocupa un lugar privilegiado en la vida
eremítica, comprende:
Oración
litúrgica: celebrada en la capilla del eremitorio, tomando como referencia la Liturgia
de las Horas según el rito monástico, bajo un régimen o estructura propia,
adaptada a la vida solitaria. El ermitaño, según la tradición monástica, va a
la capilla 7 veces al día, para realizar la Obra de Dios, a saber: Vigilias,
Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.
Oración
personal: aunque no existe, si hablamos con propiedad, horarios fijos para el
diálogo con Dios, es sobre todo un ejercicio de disciplina, de coordinación o
sincronización en la jornada monástica, lo que hace, al menos, tener asegurados
ciertos momentos en que el ermitaño se dedique propiamente a su oficio: orar.
Sin auténtica
oración la vida eremítica no se sostiene. Se dice que el ermitaño platica día y
noche con Dios, y trata de no ocupar su imaginación más que en cosas de Dios y
de no poseer nada sobre la tierra. Es precisamente esta plática amorosa en
silencio con Dios que llamamos oración. La oración personal se funde con la Lectio divina, complementa y alimenta la
oración litúrgica, el trabajo y la relación que el ermitaño lleva con toda la
creación.
La
Eucaristía ocupa un lugar preponderante, a semejanza de los primeros Padres. En
caso de que el ermitaño no sea sacerdote, tendrá una Celebración de la Palabra
unida al Oficio de Laudes, de tal manera que la comunión diaria le reconforte y
ayude en su jornada. Después de las Primeras Vísperas o en el trascurso del día
domingo, según un Sacerdote pueda ofrecer este servicio, se tiene la Eucaristía
presencial. Aunque no es lo más recomendable, sólo si es necesario el ermitaño
podrá asistir a la Parroquia o Capilla más cercana, en caso de que algún
Sacerdote no pueda prestarle el Servicio; al menos 1 vez al mes.
Con la
debida autorización, el eremitorio deberá tener su propia capilla, en la cual el
ermitaño contará con la Presencia Sacramental de su Señor en el Sagrario.
17. Aunque la Iglesia siempre se ha ocupado de velar con caridad por las
necesidades de los ermitaños, también por tradición, estos han comprendido
bien, aquello que dice el apóstol: «El que no trabaje, que no coma».
El trabajo monástico es ante todo un medio
de colaboración con la obra de la creación y del propio desarrollo personal. Se
divide en trabajo manual e intelectual:
Trabajo
manual: las labores propias del
mantenimiento del eremitorio constituyen ya un servicio requerido. Sobre todo
se procurará tener un huerto y un terreno para sembrar hortalizas, árboles
frutales, etc. Como el ermitaño no come carne, no es necesario tener una
pequeña granja, sin embargo, jamás se atreva a rechazar aquello que la Divina
Providencia haga llegar a su puerta. Se podrá trabajar también en la
elaboración de artesanía religiosa en madera, así como elaborar encuadernaciones
que se pondrán vender en alguna tienda de la Diócesis.
Trabajo
intelectual: de ser posible se buscará que la producción de textos (sobre todo
de índole espiritual), sea a través de libros y revistas, ofrezcan a la vez un
medio de subsistencia. También podrá tomarse en cuenta una labor editorial, la
realización de traducciones, así como la corrección de textos o diagramación de
obras encaminadas a la mayor gloria de Dios. Puede tenerse una editorial
propia.
El trabajo manual comprende sobre todo el
turno de la mañana, y el trabajo intelectual por la tarde; tomando en cuenta
las estaciones del año, así como otros factores que en algunas ocasiones
necesiten dispensa a tenor de la circunstancia.
Todo tipo de trabajo que realice debe ser contemplativo,
por eso sobre todo, obsérvese que sea un trabajo que no quite la paz del
corazón. Vigile pues que el trabajo no llegue a convertirse en una evasión y
quite el lugar que le corresponde a la oración. Pero ante todo, ponga el
ermitaño, su confianza absoluta en su Padre, fuente de toda subsistencia y
comparta con los más pobres y necesitados, cuanto tenga, así como el fruto de
su trabajo.
18. El alimento espiritual fundamental para el solitario, es la misma Palabra
de su Señor; por ello ocupa grandes momentos, a lo largo de su jornada, a la Lectio divina, para escuchar del mismo
Dios, cuál es Su Divina Voluntad.
Ante todo la lectura espiritual debe
realizarse con el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, sin menospreciar los
textos de los Padres de la Iglesia o bien de autores monásticos y/o necesarios
para el fortalecimiento y crecimiento espiritual.
Que haya dentro del eremitorio un Scriptorium, lugar específico para esta
práctica, de tal manera que constituya en sí, un sitio en donde el ermitaño
halle sosiego y paz y sea un aliciente para alcanzar con la gracia de Dios, el
don de la Contemplación.
19. Debe existir una ruptura real con el mundo, y no sólo a nivel de ideas,
por lo tanto debe evitarse todo aquello que produzca externamente ruido, ya que
toda irrupción, toda violación procedente del exterior es una distracción y un
perjuicio para la débil condición humana del solitario. Si bien, él sabe que
ante todo, debe acallar los propios ruidos interiores, mucho le ayudará el
evitar rodearse de elementos que permitan su dispersión.
El lugar escogido para el eremitorio debe
gozar del silencio exterior, alejado de las poblaciones, pero en la medida de
lo posible, accesible en sus medios para llegar a él.
Aunque al principio le resulte duro,
gradualmente, si es fiel, el mismo silencio irá creando en él una atracción
cada vez mayor. Que el ermitaño no hable, si no existe necesidad, cuando
alguien venga a verlo, y cuando lo haga, sea mesurado y que de su boca broten
sólo palabras que edifiquen, a fin de que, quien por gracia divina, le
encuentre y mire ese testimonio de amor que debe ser su vida, crea que Cristo
vive hasta hoy en Su Iglesia.
Cante el ermitaño el Oficio Divino, pero
guarde silencio fuera de este tiempo, a fin de que propicie su recogimiento, y
escuche, ante todo, a su Señor, que constantemente le habla.
Guarde silencio, de tal manera que vigile en
todo momento y espere la vuelta de su Señor, quien le ha llevado hasta aquel
sitio, para hablarle al corazón.
20. La soledad es ante todo libertad para ir más lejos, por eso, con relación
al monje cenobita, el ermitaño cuenta con un atajo abrupto hacia la misma cima.
La soledad es propicia para ir hacia la meta de la vocación monástica, de
entrar más a fondo en el misterio pascual.
Es en esta soledad donde se descubren las
posibilidades y los límites que constituyen la auténtica personalidad, por eso
la vida solitaria da pruebas, respecto al cenobitismo, de un respeto mucho
mayor a la persona y al camino propio por el que Dios le conduce.
Guárdese esta gracia recibida y en ningún
momento crea el ermitaño que es necesario abandonar su soledad. No se atreva a
salir sin permiso alguno. Respete la clausura a perpetuidad y sólo por razones
sumamente graves, salga de los límites que comprenden el eremitorio.
Queda, por vocación, liberado de toda
actividad externa.
Nadie podrá entrar al eremitorio, a menos
que el Ordinario del lugar, determine lo contrario, o apruebe la instalación de
una celda extra para recibir huéspedes, o bien otras personas por razón de
prueba; aún en este caso, sólo el Superior inmediato está autorizado a otorgar
los permisos pertinentes.
Téngase discreción con el uso de los medios
de comunicación, si se prevén necesarios, como el teléfono celular o internet; aún
para la correspondencia ordinaria, pues todo ello constituye una forma de
evasión y va en contra de la espiritualidad eremítica. Quede a consideración
del Superior inmediato, el uso de medios electrónicos, sea para la necesaria
formación o por motivos de trabajo, pero ante todo, el ermitaño, dé cuenta a
Dios, tomando conciencia de la radicalidad que comportan sus votos, ya que en
algunas ocasiones, alguna dispensa, por necesaria que parezca, contradice su
estado particular de vida.
21. Las Vigilias recuerdan al monje su oficio de centinela, quien espera con
alegría y paciencia el retorno de su Señor. La razón de ser del solitario es
pues la vigilancia, la espera amorosa que le hace interrumpir el sueño a la
mitad de la noche, a fin de que aguarde en oración, él mismo figurando la
Iglesia toda.
De él debe entenderse principalmente este
oficio que pide san Pedro a los primeros cristianos: «Estén sobrios, vigilen;
que su enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar.
Resístanle firmes en la fe».
Además de ser el pórtico por el que se
accede a todo el conjunto del Oficio Divino, el Oficio de Vigilias se realiza
en medio de la noche, cuando todo está en calma y la serenidad del ambiente
permite experimentar de manera mucho más cercana, la presencia del Señor.
22. Según la tradición monástica, al ermitaño le corresponde seguir a Cristo
cuando ayuna en el desierto; con el único fin de que dominando el cuerpo, su
alma brille con el deseo de Dios.
Este ayuno, practicado con verdadera
simplicidad, tiene la finalidad de ayudarnos en nuestro proceso de conversión,
como lo practicaba desde antiguo el pueblo de Israel y todos aquellos que
fueron convidados a acercarse a Dios. Pero ante todo, el ayuno debe llevarnos a
volvernos más solidarios con aquellos más pobres del mundo que no tienen nada
que comer, y así nos hacen capaces de recordar que nuestra caridad, debe estar
por encima de las observancias, y de que ante todo, el mismo Señor es nuestro
alimento capaz de darnos lo que necesita no sólo el cuerpo sino sobre todo el
alma.
La alimentación del ermitaño debe ser
sumamente sobria, pero téngase lo necesario para la repentina visita de algún
huésped, y recíbasele como al mismo Cristo, concediéndole incluso aquello que
el mismo ermitaño, por su condición, no tiene permitido comer.
23. El ermitaño, consagrado más
íntimamente al Señor por su Profesión Monástica, está comprometido, consciente
y voluntariamente, a seguir a Cristo más de cerca y a participar de su cruz y
de su inmolación.
Sin embargo, el monje debe proceder con
prudencia y discreción; tomando en cuenta, la sabiduría de nuestra tradición,
vigile por llevar una ascesis especial, acomodada no sólo a su humana
naturaleza sino sobre todo al fin de su vocación.
Toda la ascesis debe de estar ordenada a la
búsqueda de Dios. Estos elementos son: ausencia de confort y distracciones que
debilitan la voluntad y disipan el espíritu, práctica de la pobreza en las
cosas de uso personal, interrupción del sueño a mitad de la noche, trabajo,
soledad y silencio, ayuno, frugalidad en la alimentación, abnegación de sí en
aras de la obediencia, y en general todo aquello que fomente el placer y el
bienestar.
Respecto a la alimentación, el ermitaño debe
abstenerse perpetuamente de carne.
Aunque la jornada monástica, en particular,
la eremítica, es una vida dispensada de apostolados externos, es pertinente,
que sin ser una rígida estructura, la disciplina procure salvaguardar algunos
elementos que requieren atención, con el único fin de llevar a cabo la Obra de
Dios, a buen término. El domingo, dedicado al Misterio de la Resurrección, es
día de alegría y se suspende el trabajo, lo mismo que los días marcados como
Solemnidades en el Calendario litúrgico propio; por eso, dedicándole más tiempo
y con auténtica devoción, participe en la Eucaristía y entréguese con más
empeño a la Oración y a la Lectio divina.
24. Desde los orígenes del monacato cristiano se pensó que mediante el
estricto rigor de la separación del mundo, se expresaría y afirmaría la total
consagración a Dios, de parte del monje. Esta es pues la principal
característica del ermitaño.
Este apartamiento se convertiría en una
observancia farisaica si no fuera un signo de aquella pureza de corazón a la
que únicamente se promete la visión de Dios, el don de la Contemplación. Para
alcanzar este don se necesita una gran abnegación, sobre todo de la natural
curiosidad que el hombre siente por todo lo humano.
El ermitaño no debe dejar que su espíritu se
derrame por el mundo, andando a la búsqueda de noticias y rumores. Por el
contrario, su parte consiste en permanecer oculto en el secreto del rostro de
Dios.
Fuera del ejercicio de la Lectio divina, no se llenará con seudo
lecturas piadosas. Evitará los libros o revistas que puedan turbar su silencio
interior. No le está permitida la lectura de diarios; sin embargo, conviene que
tenga algún conocimiento de los grandes intereses de la Iglesia, así como de los
afanes y problemas del mundo, ya que su familiaridad con Dios no estrecha su
corazón sino que lo dilata y lo capacita para colocar en Él, todo cuanto sufren
o gozan sus hermanos del mundo.
25. El ermitaño, en la soledad y silencio del eremitorio, vive su carisma
propio de dedicación exclusiva a «lo único necesario», consagrado a la búsqueda
de Dios en una vida de oración y penitencia.
La verdadera razón de ser del ermitaño no se
halla en su misión apostólica oculta, sino que reside sólo en Dios, digno
sobremanera de que, entre todos los seres creados por Él, al menos algunos
pocos se consagren exclusivamente a vivir con el corazón y la mente siempre
fijos en Él.
Al abrazar la vida oculta, el ermitaño no
abandona a la familia humana, sino que consagrándose exclusivamente a Dios,
cumple una misión en la Iglesia, donde lo visible está ordenado a lo invisible,
la acción a la contemplación. Separado de todos, se une a todos para, en nombre
de todos, permanecer en la presencia del Dios vivo.
V VIDA
FRATERNA
26. Buscar siempre y en todo la voluntad de Dios es una exigencia mucho mayor
para el que ha sido llamado al combate espiritual en el desierto, pues debido a
su carácter autónomo, puede más fácilmente caer en el uso desequilibrado de su
propia voluntad.
La docilidad al Espíritu Santo se concreta
en su relación con el Obispo, garante de la norma de su viday a quien debe
obediencia. Siendo pues el Pastor de la Diócesis su Superior inmediato,
participe espiritualmente de todas sus cargas, necesidades e intenciones. Únase
en espíritu a todas sus actividades pastorales y no cese de orar por él, por
todos los Sacerdotes y Religiosos de la Diócesis, así como por todo el rebaño.
El ermitaño debe obediencia absoluta al Papa, su Superior Mayor, por lo que de
cuanto se dice espiritualmente del Obispo, debe tenerse en cuenta también de
aquel.
Todo eremitorio se encuentra bajo régimen Sui Iuris, y es de carácter Extra Ordinis. Por esto, fuera del Santo
Padre o del Obispo, nadie puede interferir en la vida del eremitorio.
Sólo el Obispo puede solicitar su presencia
fuera del eremitorio, para dar testimonio de su opción de vida, pero no más de
1 vez por año.
Aunque su vocación esté «escondida a los
ojos de los hombres», por su consagración a la Iglesia, su dirección postal
debe constar en el Directorio Diocesano. Hágasele llegar también a él, un
directorio, así como la calendarización de las actividades contempladas, a fin
de que pueda pedir a Dios, para que todas lleguen a feliz término.
27. Así como dice el Profeta: «Honra a tu padre y a tu madre», mitigue un
poco el rigor de la separación, bien sea para recibir a sus parientes cercanos,
bien para visitarles, no más de 3 días al año; seguidos o separados.
28. El ermitaño deberá tener un Confesor, con el que asiduamente recibirá el
Sacramento de la Reconciliación, a fin de permanecer siempre grato a los ojos
de Dios. El Obispo, cuide de que el Confesor, sea un Sacerdote prudente y de
experiencia, a fin de que pueda ayudar al hermano en su camino de conversión.
El Director espiritual que acompañe el
camino del ermitaño, en suma debe ser discreto y sumamente prudente, lleno del
Espíritu Santo y del don del discernimiento de espíritus, a fin de que no sólo
allane el camino del solitario, sino que a la vez, pueda él mismo, impulsar su
propio retorno hacia Dios. Vele el Superior inmediato, para que el ermitaño tenga
una dirección responsable. Este servicio, sólo debe ofrecerlo algún Abad o
Prior de algún monasterio cercano, experimentado en el combate espiritual; o en
su defecto otro ermitaño, que goce de mayor experiencia en la vida anacorética.
29. Los primeros Padres del desierto, jamás llamaron a la gente de su tiempo,
para predicarles o darles consejo; sin embargo, en razón del espíritu de prudencia
y discreción que poseían, y dotados de sabiduría que viene de lo alto, fueron
siempre buscados por muchas personas de todos los estratos sociales, y de
diversas regiones y de muy distintos cargos en la Iglesia y en la sociedad,
para pedirles consejos o palabras que pudieran confortar sus almas.
De ahí que, anteponiendo la caridad, a las
múltiples observancias monásticas, los monjes, y en particular los ermitaños,
hayan ejercido desde antiguo, la Dirección y Paternidad espiritual. Por esta
misma razón, puede, si el Obispo lo aprueba, brindar este servicio a quienes se
han consagrado a Dios, sea por los consejos evangélicos o mediante el sacramento
del Orden. Bajo ninguna circunstancia puede darse este servicio a laicos.
30. La recepción de huéspedes, tan propio de los Padres del desierto y la
tradición monástica, practíquela el ermitaño según el espíritu evangélico y de
caridad, que debe animar su vocación. Tenga prudencia con las visitas, en particular
de los curiosos y de los profesionales de la información, que muchas veces no
son de ayuda en su vida regular.
Un huésped no puede estar en el eremitorio
más de 1 día al año; y sólo son admitidos aquellos que el Ordinario del lugar
autorice. Entiéndase también lo mismo para aquellas personas que vienen por
razón de prueba.
31. El silencio y la ausencia de distracciones favorecen la apertura a la
palabra interior, a la concentración y a la continuidad del diálogo con Dios; es
ahí donde todos los lazos de la fe y del destino humano alcanzan una auténtica
soledad y una madurez verdadera. No apartado de su retiro, el eremita se
encuentra delante de Dios, su Padre, teniendo en su corazón la solicitud de la
salvación de todos. Es pues, misteriosamente recolocado en el mundo que dejó,
para participar secretamente de su vida. Y por toda la Iglesia, y en nombre de
todos sus hermanos es que él sube a la montaña de Dios.
VI LA
VOCACIÓN EREMÍTICA
32. Es el Espíritu Santo quien conduce al desierto. Nadie pues se atreva a ir
por iniciativa propia. Todo debe ser hecho en obediencia a Dios. Este llamado
puede llegar después de algunos años de vida comunitaria, pues imprudente es
aquel que se entrega a una vida solitaria, sin haber aprendido, con la ayuda de
muchos hermanos, a luchar contra Satanás, contra los vicios de la carne y de
los pensamientos.
Sin embargo, son muchos los que se sienten
llamados a abrazar la vida eremítica, sin haber pasado por el crisol de la vida
comunitaria. Y no siempre o necesariamente es una ilusión. Muchos otros buscan
la soledad por atracción natural, por amor a la tranquilidad, por el fastidio
de la vertiginosa vida actual o aún por tener un carácter tal, que la vida en
comunidad les resulta sumamente penosa. No se puede afirmar que es el Espíritu
Santo quien los lleva al desierto, sin embargo, el Espíritu del Señor que tiene
en consideración los temperamentos, puede insertar una vocación sobrenatural
sobre un fondo de este género. Según lo atestigua la historia monástica, es lo
que acontece de modo más o menos latente y acentuado.
33. Ante todo véase si de veras busca a Dios, y recíbasele, según cada
proceso, lo que indica el Ritual de Vida Eremítica. La formación tiene su
sentido de ayuda para restaurar la imagen primigenia en el monje, gracias a la
ayuda del Espíritu Paráclito; acompañado siempre por la maternal protección de
la Santísima Virgen, acomódese todo cuanto sea necesario, a fin de que Jesús se
manifieste en la persona toda del ermitaño.
a)
Si el aspirante no ha tenido experiencia comunitaria monástica, se pedirá a un
Monasterio, de vida íntegramente contemplativa, que lo acoja por período de 1
año, en el que pueda discernir con mayor tranquilidad su vocación. Si
finalizado este año, persiste en su deseo, inicie entonces su etapa de
Aspirantado durante 1 año. El aspirante no lleva ningún hábito, pero en todo observará
la Regla, como un monje profeso; y que otro más experimentado que él, le reciba
a razón de prueba, mientras construye su propia celda.
b)
Si después de 1 año, el Hermano y su Padre espiritual, creen que Dios le invita
a seguir a Jesús por este camino, impóngasele un hábito y que inicie así su
período de 1 año de Postulantado. El postulante en todo observará la Regla,
como un monje profeso.
c) Si
pasado este año, prosigue en su deseo de unirse a Dios, por este camino, llévesele
ante el Obispo, y preséntelo como apto para iniciar canónicamente su Noviciado.
Entonces que prometa ante él y ante el altar, vivir como monje ermitaño, en el
eremitorio que ha ido construyendo, y bajo la guía de otro monje más
experimentado que él. Este período dura 2 años, donde recibirá la formación
pertinente. En todo observará la Regla, como un monje profeso. El novicio puede
marcharse libremente o ser expulsado del eremitorio, y no se le volverá a admitir
en ninguno de los casos.
Para quienes hayan hecho vida monástica cenobítica,
siguiendo la Regla de San Benito, haciendo su Noviciado o han emitido, al menos
Votos temporales, están dispensados del Aspirantado, del Postulantado y de 1
año de Noviciado. No así para cualquier otro consagrado, de cualquier
Congregación o Instituto o para los Sacerdotes del Clero Diocesano.
d)
Si al término de su etapa como novicio, el monje desea consagrarse en cuerpo y
alma a Dios, pida a su Padre espiritual lo postule para recibir este regalo de
la Iglesia. Entonces, previo a un retiro personal de 15 días, prometa:
Obediencia, Estabilidad y Conversión de Vida. Estos Votos deben emitirse por 3
años, o por 1 año, renovable en 3 ocasiones, delante del Obispo y del altar;
según la siguiente fórmula:
"En el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Amén. Yo, hermano N..., prometo mi estabilidad, conversión de vida y obediencia
por N… año(s), según la Regla de la Cruz, delante de Dios y de todos sus Ángeles
y Santos, en este eremitorio de N..., de la Diócesis de N…, construido en honor
de la Bienaventurada Madre de Dios y siempre Virgen María, en presencia
de Dom. N..., Obispo de esta Diócesis. En fe de lo cual he escrito de mi propia
mano esta solicitud, en el año del Nacimiento del Señor (dos) mil… día… del
mes…" .
Si es miembro Profeso Perpetuo de un
Instituto religioso, valdrá la misma consagración hecha y sólo hará una promesa
temporal que lo vincule al sitio donde desea vivir como ermitaño.
Si es Sacerdote extradiocesano, por la
Profesión queda adscrito a la Iglesia diocesana, notificándose al Obispo
correspondiente.
Quienes provienen de experiencias
monásticas, acordes a la tradición benedictina, es suficiente realizar la
Profesión temporal por 1 año.
Todos, sin excepción, deben renunciar de
forma total a sus bienes. Haga pues esta renuncia no sólo ante la ley
religiosa, sino también civil, antes de la Profesión; de manera que tenga
efectos a partir del día de la emisión de sus primeros Votos.
Para que la Profesión Temporal sea válida
debe tenerse en cuenta lo que pide la Iglesia.
El Rito de la Profesión Temporal se
encuentra en el Ritual de Vida Eremítica.
e) Al
emitir sus primeros Votos, el monje inicia su etapa de Monasticado, por 3 años;
tiempo necesario para que el nuevo Profeso conozca cada vez mejor el Misterio
de Cristo y de la Iglesia y el patrimonio monástico y se esfuerce en vivirlo.
El Ermitaño de Votos Temporales que, por
causa grave, pide abandonar el eremitorio, puede conseguir del Obispo, el
indulto de salida.
El ermitaño, al término de su Profesión
Temporal, puede ser excluido de la siguiente Profesión, por el Ordinario del
lugar, oído el consejo del Padre espiritual, si existen causas justas o
razonables.
No se le volverá a admitir, sea que se
marche libremente o si es expulsado.
f) Al
finalizar el Monasticado, el joven monje, ponga delante de Dios el anhelo de su
corazón, y con paz, mire si Dios le está verdaderamente pidiendo unirse a él.
Sepa que después de todo este tiempo de haber vivido al servicio del Señor, y
gustando de su presencia, al emitir sus Votos Solemnes, quedará muerto al mundo
y en adelante no podrá abandonar su celda, pues Dios desde ese momento le
tomará para sí. En caso contrario, que se marche, y sepa que no volverá a ser
admitido, bajo ninguna circunstancia y sin excepción.
La Profesión Solemne es válida teniendo en
cuenta lo que pide la Iglesia.
El Rito de la Profesión Solemne se encuentra
en el Ritual de Vida Eremítica.
Previo a un retiro personal de 40 días,
prometa el Hermano, delante del Obispo y del altar: Obediencia, Estabilidad y
Conversión de Vida; según la siguiente fórmula:
"En el nombre de nuestro
Señor Jesucristo. Amén. Yo, hermano N..., prometo mi estabilidad, conversión de
vida y obediencia hasta el día en que Dios mismo me llame a juicio el día de mi
muerte, según la Regla de la Cruz,
delante de Dios y de todos sus Ángeles y Santos, en este eremitorio de
N..., de la Diócesis de N…, construido en honor de la Bienaventurada Madre de
Dios y siempre Virgen María, en
presencia de Dom. N..., Obispo de esta Diócesis. En fe de lo cual he escrito de
mi propia mano esta solicitud, en el año del Nacimiento del Señor (dos) mil…
día… del mes…" .
El Obispo
debe avisar a la Parroquia donde fue bautizado el Monje, así como a la Congregación para los Institutos de Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSA) y/o a la Santa Sede, a fin de que la
Iglesia entera se alegre de este hecho, que sin duda, es de beneficio para todo
el Pueblo de Dios.
g) La
vocación monástica parte de la premisa de una continua y permanente formación
que ayude al monje a vivir en plenitud su vida de conversión, es decir, su
retorno a Dios; mediante el trabajo personal, como respuesta a la gracia, para
alcanzar la pureza de corazón. Por eso, aún cuando la vocación eremítica es un
estricto apartamiento del mundo, es deseable que el ermitaño dedique un tiempo
para su formación permanente, con lecturas apropiadas que permitan su adhesión
profunda a la fe católica y suscite en él, un deseo cada vez mayor, de unirse a
Dios a través de esta vida para la que por pura gracia divina, ha sido
escogido.
VII BIENES
TEMPORALES
34. El ermitaño nunca tenga ni guarde dinero en su poder, sin licencia de su
Superior inmediato, porque el Hijo del hombre no tuvo donde reclinar su cabeza.
De este modo, su elección de vida pobre, no sólo será un símbolo, sino una
perfecta realidad, que le ayude a tender a Dios sin preocupaciones
superficiales. Por lo tanto, no le está permitido adquirir, enajenar, poseer o
administrar bienes temporales.
Del mismo modo, en todo el eremitorio debe
evitarse cualquier apariencia de lujo. Cuanto use pertenece a la Diócesis, a
menos que se indique lo contrario, por orden expresa del Ordinario del lugar.
Todo cuanto le sea traído por Dios, por
medio de comunes circunstancias, como donaciones, etc., avise al Obispo, y no
se fíe de lo efímero, sino de Dios mismo. Tampoco se inquiete por lo necesario,
pues dicho está que hemos primero de buscar el Reino y su justicia.
VIII FUNDACIONES
35. Con la ayuda de la Iglesia, pueden construirse otros eremitorios en los
límites que la Iglesia disponga, o bien usar, si hubiere, edificios
desocupados, tales como capillas o monasterios abandonados. Determinen si es
prudente que se construya otro eremitorio cercano a los existentes. Pero ante
todo, pruebe el Obispo y el encargado de estas vocaciones, a todos los
aspirantes, para saber si este deseo viene verdaderamente de Dios.
IX SEPARACIÓN
Y SUPRESIÓN DE UN EREMITORIO
36. Ningún ermitaño crea con facilidad que tiene razones de peso para pedir
al Ordinario del lugar, su traslado a otro sitio. Como lo atestigua la historia
monástica, Satanás, a través de espejismos y deseos de cambios de lugar, ha
engañado a muchos. Este hecho contradice su vocación misma.
a)
Si el Hermano quiere pasar a un Instituto de Vida Consagrada o Secular, o a una
Sociedad de Vida Apostólica, o Dios lo quiera, a un Instituto de vida íntegramente
contemplativa, atiéndase lo que pide la Iglesia y obsérvese lo que la Santa
Sede disponga, y sujétese a ello.
b)
Si el Obispo, examinando la conducta de un monje, nota que no cumple con esta
Regla, o simplemente su manera de vivir no se ajusta en algo o en mucho al
espíritu de la vida eremítica, después de corregirle fraternalmente, invítesele
a dejar este estilo de vida. Y si no aceptara la amonestación del Pastor, dé
este último, testimonio del hecho y mediante un decreto, expúlselo de la Diócesis,
para que no se le reconozca como ermitaño dentro de los límites de la Iglesia
diocesana, y dé parte a la CIVCSVA.
c) Si el ermitaño, en un ejercicio de discernimiento
serio junto a su Director espiritual, cree que debe de abandonar este estado de
vida, exponga por escrito al Obispo, las causas que lo mueven. Y tenga en
cuenta que no podrá ser admitido nuevamente a esta Iglesia, bajo ninguna
excepción, de donde libremente pide salir.
Pida el Ordinario del lugar la dispensa de
los Votos a la Santa Sede, para que sea reducido al estado laical. Si el
ermitaño, fue ordenado Sacerdote mientras estuvo en el eremitorio, debe pedir
la reducción al estado laical, pues fue admitido a las Sagradas Órdenes, con el
único fin de servir a Dios dentro del eremitorio. Puede estudiarse el caso
junto al Superior inmediato, para aplicar lo que pide la ley eclesiástica.
Los que se van o son expulsados no pueden
exigir nada del eremitorio o de la Diócesis, por los servicios prestados al
Señor, no obstante, cúmplase con ellos la norma de equidad y caridad
evangélica.
37. Cuando por circunstancias especiales y permanentes no haya esperanzas
fundadas de que pueda llevarse vida regular en un eremitorio, se ha de pensar
si conviene cerrarlo. Compete al Obispo decretar la supresión de un eremitorio,
y reducirlo a casa diocesana, con el fin que considere más apropiado. Pero sepa
el Obispo que dará cuenta de este hecho ante Dios; por lo que sólo por razones
graves, puede solicitar la expulsión de un ermitaño o suprimir un eremitorio.
X MARÍA,
REINA DE LOS MONJES
38. La Madre de Jesús, a quien seguimos por este camino estrecho, es por lo
tanto, Madre nuestra y Reina de todos los ermitaños, tenga pues un lugar especial
en el corazón del monje y con devoción verdadera y auténtica confianza, ponga
en sus manos su vocación y aprenda de ella a guardar todo en su corazón, para
dar frutos de santidad a toda la Iglesia.
Rece el rosario en alguna parte de su
jornada, y cante siempre su Oficio Parvo, después de cada Oficio litúrgico;
para que se vea que la Señora, ocupa un lugar importante en la vida de aquel
que ha dejado todo para unirse a su Hijo.
39. El eremitorio y el ermitaño están consagrados a la Bienaventurada Virgen
María, Madre y Figura de la Iglesia en la fe, en la caridad y en la
perfectísima unión con Cristo.
40. Esta Regla está escrita para monjes y para que sea observada en un
eremitorio, con el único fin de demostrar a través de la vida regular, un
mínimo de vida monástica. Pero a quien le parezca insuficiente y corra hacia la
perfección de la vida, está la sabia doctrina de los Santos Padres, cuya
observancia, sin duda alguna, lleva a cualquier hombre a la cumbre de la
perfección, como ya lo aseguraba nuestro Padre San Benito en su Regla.
Bien sabemos que si leemos en las Sagradas
Escrituras cualquier parte, hallaremos siempre recta norma de vida; así
cualquier cristiano arriesgado puede abismarse si desea unirse más íntimamente
a su Señor. Sin embargo, para nosotros, monjes tibios, relajados y negligentes,
quienes apenas iniciamos, el camino estrecho de la vida interior, nos causan
todas ellas, tanto confusión como sorpresa.
Quiera Dios que con el cumplimiento de esta
mínima Regla, cualquier hermano o hermana que desea abrazar la vida anacorética
o eremítica, con el impulso del Espíritu Santo y animado por la caridad y su
fidelidad a la Iglesia, con el socorro de la Bienaventurada Virgen María, Reina
de los eremitas, corra gozoso a la plenitud del amor, y así, en todo cuanto
haga, sea Dios glorificado.