¿De qué le sirve al hombre ganar al mundo entero si se pierde a sí mismo?
Mt 16, 26

Ayúdanos a Orar por los demás




PAX


Construimos esta casa de Dios, consagrada el día 06 de agosto de 2013, en una solemne Dedicación de la Iglesia, presidida por Mons. Eduardo Porfirio Patiño Leal, Obispo de Córdoba, Veracruz, México, y en la que concelebraron también:  Abad Philip Lawrence, OSB (Monastery of Christ in the Desert, Abiquiu, New Mexico, USA);  Abad Cuthbert Brogan, OSB (Saint Michael's Abbey, Farnborough Road, Hampshire, England); Abad Guillermo Arboleda, OSB (Monasterio Santa María de la Epifanía, Guatapé, Antioquía, Colombia); P. Ezequiel Bas Luna,OSB (Monasterio Nuestra Señora de La Soledad, San Miguel de Allende, Guanajuato, México).
 Tú también puedes ayudarnos. Según te inspire el Espíritu Santo, puedes cooperar por medio de tu oración y ofreciendo sacrificios, para que Dios pueda ver terminada su obra pronto. O bien puedes ayudarnos económicamente, para pagar algunas de las necesidades.

Para transferencias o depósitos bancarios, le rogamos se comunique a:
santacruzeremitorio@gmail.com

Dios recompense todo el bien que le hacen, a través nuestro.



         


semilla • seed • semence • seme • same




En el 2011, iniciamos en México un proceso de discernimiento, para implantar la vida eremítica; proceso que se vio enriquecido con la Aprobación de la Regla de la Cruz, y el Decreto mediante el cual quedaba establecido el Eremitorio de la Santa Cruz, en la Diócesis de Córdoba, Veracruz, México; quien fue la acogió el proyecto.
   El 15 de septiembre del mismo año, pudimos ofrecer al Señor, una modesta celda para llevar vida regular en el Eremitorio, de acuerdo a los Votos monásticos de Obediencia, Estabilidad y Conversión de Vida; en un marco de soledad y silencio, propios de la espiritualidad solitaria del Desierto, según la tradición legada por los Padres del Desierto, y sabiamente adaptada por nuestro Padre San Benito, y otros santos monjes, a las almas de Occidente.
      En 2013 iniciamos la construcción de la Iglesia, anexa a una nueva celda, donde el hermano vive actualmente; dejando la celda que en un principio había habitado, para utilizarla como hospedería, debido a la demanda de Sacerdotes y religiosos que solicitan pasar algún día de retiro en silencio en medio de la naturaleza y el silencio profundo. 
     El eremitorio canónicamente es diocesano pero se vive el régimen de la tradición benedictina - cisterciense; debido a que el hermano que lo habita procede de un monasterio trapense en donde recibió su formación monástica. En el eremitorio vive un solo monje y no se reciben vocaciones.
   Actualmente seguimos el proceso de construcción, de las dos partes, así como con el acceso hacia el eremitorio.

vida • life • vie • vita • leben




El Eremitorio de la Santa Cruz se encuentra enclavado en una montaña de bosque mesófilo (bosque de niebla). Desde los inicios en el proceso de la construcción, se trató de tener el menor impacto en el bosque, y se utilizaron desechos que la misma naturaleza proporcionó, como el caso de la madera, etc. La mayor parte de los materiales fueron reciclados de otros lugares. La pintura está hecha a base de tierra y cal. Y el proyecto arquitectónico en su conjunto se compone de un sistema que permita la reutilización de los deshechos producidos en el recinto, y con ello ofrecer una forma de vida monástica actualizada, preocupada por el cuidado de la naturaleza humana en su integridad. Modelo que pretende convertirse en un proyecto autosustentable, aprovechando lo que Dios ofrece mediante los recursos propios del sitio; y evitando en su mayor parte el mínimo impacto ambiental. Energía solar, captación de agua pluvial, tratamiento de aguas, baños secos, entre otros mecanismos que permitan conservar y proteger los recursos naturales de esta pequeña reserva natural.

monje • monk • moine • monaco • mönch



Los primeros monjes que aparecieron en Egipto, hacia el siglo III, se marcharon al desierto con el único y auténtico anhelo de vivir el Evangelio; y de esta forma, unirse a Dios en la intimidad que brindan la soledad y el silencio. Así, la pregunta clásica que marcaba el comienzo del itinerario monástico era: «Padre, dime una palabra; ¿cómo me puedo salvar?». Esta petición no correspondía a ningún afán de conseguir sólo la salvación después de la muerte, sino a la búsqueda de unos medios que les ayudaran a huir del pecado y a empezar a vivir la salvación ya en la tierra mediante la oración, la caridad y la pacificación interior. Es decir, a vivir de acuerdo a la Palabra de Dios, lo que tiene que ser común a todo bautizado. Por esto, cualquier regla monástica no es sino una actualización de la Escritura. Así, todas las prácticas que normalmente se consideran monásticas, tienen que ser patrimonio de todos los cristianos, a excepción del celibato. Pues es imposible entrar al Reino de los cielos sin renunciar al dinero, a la fama y a todo lo que supone un estilo de vivir “pagano”. Del mismo modo, es imposible cumplir el precepto de la caridad sin un control estricto de las divagaciones del pensamiento; y no se puede obrar el bien, sin esforzarse a diario por conocer y cumplir la voluntad de Dios. Es decir, la obediencia a los mandamientos de Dios, la necesidad de compartir los bienes materiales con los más pobres, la oración lo más continua posible y el estudio profundizado de la Palabra de Dios, son obligación de todo cristiano. Y si alguien llega a quejarse por dichas exigencias, es que no ha leído con atención el Evangelio. Los monjes pues, no son sino cristianos que quieren ser consecuentes con su fe y viven de ella con más radicalidad algunos aspectos concretos; con el único fin de que, en todo cuanto hagan, sea Dios glorificado.

combate • combat • combat • agone • kampf



La tranquila serenidad que aparece aureolar en cualquier eremitorio, morada de Dios, no deja de ser, sin embargo, la traducción cristiana de un combate espiritual. Quien se hace ermitaño y va a un lugar solitario, después de abandonar el ruido del mundo, vuelve a encontrarlo allí, y sobre todo, en sí mismo. Muy pronto reencuentra el ermitaño en su soledad una profunda solidaridad con sus hermanos de la ciudad, sin derivativo ni escapatoria. También él tiene que luchar contra los poderes del egoísmo y del orgullo, contra los principios de división que existen en él. Si la Iglesia pide que no se le moleste, es porque todas sus fuerzas físicas y afectivas, las concentra y consagra a librar el único combate del corazón, en nombre de toda la Iglesia. Oculto en el fondo de un valle o solitario en lo alto de una colina, el eremitorio está retirado del mundo sólo en apariencia. Más bien está hundido allí, sin limitación de lugar, arrojado en la tierra para encontrar su corazón, para desposarse con su ritmo subterráneo. La vida que el eremitorio ofrece es simplemente el Evangelio en su integridad, podría decirse, lo que constituye el alma de la Iglesia y el fin de toda vida cristiana; pero una vida cristiana que favorezca la experiencia de Dios. Así, este marco solitario retira al monje de lo artificial, de una agitación superficial. Hay una distancia entre la sociedad de los hombres y él. No es que huya, más bien, gracias a su separación, libre de ataduras, el monje llega a estar más próximo a todos, hermano de todos en una profunda comunión que no necesita de signos superficiales para manifestarse. También se ha desprendido de toda actividad al servicio de la construcción del mundo; al menos aparentemente, pues en realidad, y aunque parezca todo lo contrario, no se desinteresa de él. Sencillamente, su compromiso se dirige, sin intermediarios, a ese lugar preciso en que el mundo debe ser dado a luz para Dios. Permanece atento al divino e inmenso deseo que atraviesa a los seres e impulsa a transformar el universo. Por eso el eremitorio es un lugar profético, anticipación del mundo realizado en Cristo Resucitado, anuncio constante de un universo llegado a su plenitud, lleno sólo de caridad y de la alabanza divina.

armas • arms • armes • armas • armi • waffen




oración • prayer • prière • preghiera • gebet

Para el ermitaño la oración es vida. Toda acción, por insignificante que parezca, debe tender a la oración, puesto que constituye en él, un trabajo vocacional. La oración ocupa un lugar privilegiado en la vida eremítica, y comprende no sólo la oración litúrgica; sino sobre todo, la oración personal, pues sin auténtica oración la vida eremítica no se sostiene. Se dice que el ermitaño platica día y noche con Dios, y trata de no ocupar su imaginación más que en cosas de Dios y de no poseer nada sobre la tierra. Es precisamente esta plática amorosa en silencio con Dios que llamamos oración. La oración personal se funde con la Lectio divina, complementa y alimenta la oración litúrgica, el trabajo y la relación que el ermitaño lleva con toda la creación. La Eucaristía ocupa un lugar preponderante en su jornada, ya que es ahí donde haya el sentido pleno de su existencia.


lectura • reading • lecture • lettura • lektüre

Desde los primeros tiempos, en la vida monástica, existe una marcada tendencia a privilegiar la mayor parte de la jornada a la meditación de las Sagradas Escrituras (Lectio divina), pues es precisamente de ella de donde el monje extrae su alimento principal. Este encuentro con la Palabra, lleva al ermitaño al reconocimiento de su indigencia, y al abandono de su vida en Dios. Es ahí donde el monje le escucha. Es con esta práctica como puede alcanzar a comprender cuál es la voluntad de Dios y por la que puede alcanzar el don de la Contemplación, ya que esta Palabra le acompaña cada día y le hace madurar en la fe, para que su esperanza le aliente a hacer de sí mismo, amor. A ejemplo de María, el ermitaño, cuanto escucha en su encuentro cotidiano, con la Palabra, lo guarda en su corazón, con el único fin de participar de este misterio divino, al que se asocia por vocación.


trabajo • work • travail • lavoro • arbeit

El trabajo es un elemento necesario en su propia formación personal y un elocuente y evidente signo de alabanza a Dios y signo de solidaridad con sus hermanos del mundo. Por tradición, los ermitaños acostumbran a sembrar aquello que han de comer, pero además pueden dedicarse a la publicación de artículos y libros sobre espiritualidad, lo que les permite obtener recursos para poder subsistir; pueden también trabajar en la elaboración de artesanía religiosa o bien ofrecer un espacio dentro del eremitorio, para que alguna persona pueda realizar un retiro personal; sin desdeñar la caridad de la Iglesia, manifestación siempre atenta y clara de la Divina Providencia.Todo tipo de trabajo que realice el ermitaño, tiene la característica de ser contemplativo, pues este tipo de trabajo, no quita jamás la paz del corazón. Pero ante todo, el ermitaño pone su confianza absoluta en su Padre, fuente de toda subsistencia y comparte con los más pobres y necesitados, cuanto tiene, así como el fruto de su trabajo.


clausura • confinement • clôture • chiusura • klausur•

Claustrum es paralelo a clausura y designa no sólo el ámbito donde se desarrolla la vida del monje (inaccesible a los seglares), sino el juego de construcciones, donde la abundancia de luz y silencio conforman el ambiente más apto para que el corazón se ensanche y recoja en Dios, para una lectura sosegada de la Palabra de Dios (Lectio divina), y para el ocio sagrado (vida contemplativa). Es la manifestación más expresiva de lo que puede pedirse a quienes se dedican a una vida entregada exclusivamente a Dios: la separación estricta del mundo. Lo que suscita una especie de encarcelamiento voluntario, pues la vida monástica resulta austera y la penitencia es el precio de la libertad espiritual; teniendo siempre en cuenta, que el fin último de toda observancia monástica, es el Amor.


silencio • silence • silence • silenzio • stillschweigen

La vida del ermitaño se desarrolla particularmente en un clima de silencio interior y exterior que favorece su vida de oración y de comunicación personal con Dios. El silencio le permite agudizar el oído de su corazón y escuchar lo que a cada instante le dice el mismo Dios, sea a través de Su Palabra, o bien a través de la misma naturaleza, obra de sus manos. No se trata de un silencio impuesto por pura observancia, sino de una auténtica necesidad del monje para enriquecer su vida interior. Este tiempo de silencio potencializa su encuentro con aquellos que van al eremitorio buscando la presencia de Dios. Es un silencio que lo hace unirse más y mejor con todos sus hermanos que como él, luchan a diario en el mundo que les rodea.


soledad • solitude • solitude • solitudine • einsamkeit

La característica principal, quizá sea la vida de soledad y de “estricta separación del mundo”; cualidad que no sólo expresa y afirma su misión apostólica oculta, sino y sobre todo, su total consagración a Dios. Este apartamiento se convertiría en una observancia farisaica si no fuera un signo de aquella pureza de corazón, a la que únicamente se promete la visión de Dios, el don de la Contemplación. Don que se alcanza sólo con una gran abnegación, sobre todo de la natural curiosidad que el hombre siente por todo lo humano. Una de las formas de la pobreza del ermitaño es esta soledad, a la que es llamado por vocación divina. Vive en soledad, apartado del mundo, no por huir del mundo. Es un solitario solidario. Vive encerrado, pero no cerrado. Soledad que deja de lado toda esterilidad aparente, haciéndole fecundo engendrador de hijos en el espíritu. Los primeros Padres del desierto, jamás llamaron a la gente de su tiempo, para predicarles o darles consejo; sin embargo, en razón del espíritu de prudencia y discreción que poseían, y dotados de sabiduría que viene de lo alto, fueron siempre buscados por muchas personas de todos los estratos sociales, y de diversas regiones y de muy distintos cargos en la Iglesia y en la sociedad, para pedirles consejos o palabras que pudieran confortar sus almas. De ahí que, anteponiendo la caridad, a las múltiples observancias monásticas, los monjes, y en particular los ermitaños, hayan ejercido desde antiguo, la Dirección y Paternidad espiritual.


penitencia • penance • pénitence • penitenza • buße

El ermitaño, consagrado más íntimamente al Señor por su Profesión Monástica, está comprometido, consciente y voluntariamente, a seguir a Cristo más de cerca y a participar de su cruz y de su inmolación. Sin embargo, el monje procede con prudencia y discreción; tomando en cuenta, la sabiduría de nuestra tradición, vigila por llevar una ascesis especial, acomodada no sólo a su humana naturaleza sino sobre todo al fin de su vocación. Ascesis que en todo, está ordenada a la búsqueda de Dios.
   Estos elementos son: ausencia de confort y distracciones que debilitan la voluntad y disipan el espíritu, práctica de la pobreza en las cosas de uso personal, interrupción del sueño a mitad de la noche, trabajo, soledad y silencio, ayuno, frugalidad en la alimentación, abnegación de sí en aras de la obediencia, y en general todo aquello que fomente el placer y el “bienestar”.

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caridad • charity • charité • carità • Nächstenliebe

El ermitaño tiene por regla principal, la práctica de la caridad; de ahí que su apostolado se manifieste a través de la oración. Pese a ello, la tradición monástica ha mantenido desde sus orígenes, la venerable costumbre de recibir a los huéspedes "como al mismo Cristo". Sin dejar de lado el laudable aporte de la misma vida solitaria, el ermitaño comparte momentos o días en el eremitorio, con algún huésped, sea que venga para la dirección espiritual o para dejarse interpelar por el Señor en la profundidad del silencio. El eremitorio cuenta con una celda a la entrada del eremitorio, donde el huésped puede orar en paz; respetando a su vez, la soledad del hermano que le recibe.


regla • rule • règle • regola • regel



Regla de la Cruz

Vida eremítica






I          EL DESIERTO

1. El desierto es un lugar privilegiado. Fue en el desierto que Dios se manifestó con toda su gracia, su poder y su ternura. En el Sinaí revela su nombre a Moisés. En el Sinaí concluye su alianza con su pueblo. Es aquí, en donde Elías encuentra a Dios y conversa con él. Es en el desierto que Juan prepara, recibe e inaugura la misión de precursor. Es al desierto que el Espíritu conduce a Jesús poco después de recibir su Bautismo, para allí recibir su Evangelio de las manos del Padre. Y ya en su ministerio, días y noches busca el retiro del desierto para unirse al Padre, en la intimidad de la oración.
2. Desde los primeros siglos, hombres y mujeres creyentes se sintieron llamados a seguir a Jesús, imitando su vida de austeridad, penitencia y oración que vivió en el desierto durante cuarenta días. Estilo de vida que se configuró, junto al de las Vírgenes, en la primera forma de Vida Consagrada reconocida por la comunidad cristiana.
3. El deseo de una vida cristiana auténtica llevó a los primeros ermitaños a abrazar una vida de soledad y silencio, donde la vida de oración, trabajo y penitencia, constituyera en sí, una manera de unirse más perfectamente al Dador de la vida. En el fondo, es el deseo de Dios el que los llevó por caminos muchas veces heroicos e insospechados.
   Es este mismo deseo de Dios el que continúa hoy impulsando la vida eclesial, y es en este momento concreto de la Historia, y atendiendo a la llamada del Concilio Vaticano II por renovar las antiguas tradiciones monásticas, y adaptándolas a las actuales necesidades de las almas, como surge esta Regla de la Cruz, para que todos aquellos quienes se acojan a ella, y los eremitorios que la tomen, constituyan semilleros que edifiquen al Pueblo de Dios, procuren la santidad del mismo y salven a todos los hombres.
4. Todo cuanto aquí se expresa, proviene de la milenaria tradición eremítico-monacal, vida consagrada evangélica, que dicho de una u otra manera en las diversas Reglas, conforman el Patrimonio Monástico de la Iglesia.

II        LA BÚSQUEDA DE DIOS


5. Toda la vida del ermitaño se orienta a la intensa búsqueda de su unión con Dios, sea en sus actividades exteriores o interiores. De ahí que excluye todo tipo de compromisos externos y directos de apostolado; aunque sea de forma limitada. Como contemplativo, tampoco participa físicamente en ningún acontecimiento y/o ministerio de la comunidad eclesial; y por lo mismo, no ha de ser solicitada su presencia, ya que constituiría un antitestimonio de su verdadera misión en el Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, de nadie más que de él, debe entenderse aquella frase de Jesús: «Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo», es decir, que sobre todo él, debe poner en práctica de un modo concreto y eficaz la separación del mundo, nota que le caracteriza; testimoniando de esta forma, el carácter provisorio del tiempo presente.
6. El ermitaño, con su vocación particular, a vivir en la intimidad con Cristo, oculto a los ojos del mundo, con su oración contemplativa, en silenciosa soledad y gozosa penitencia, es una auténtica donación y fraternal consagración, que interpela a la sociedad actual en su búsqueda insaciable de placer y bienestar.
   Acogedor y preocupado por la salvación de todas las almas, llevando en su corazón los sufrimientos y las ansias de cuantos recurren en su ayuda, por vocación se une más y mejor a todos, y se vuelve profundamente solidario con los acontecimientos de la Iglesia y del mundo, colaborando espiritualmente en la edificación del Reino, que con su testimonio, anticipa y acelera.
7. Siguiendo el camino trazado por aquellos que desde los primeros siglos de la Iglesia, fueron llamados por Dios al combate espiritual en el desierto, y atendiendo también a las palabras del Profeta: «Le llevaré al desierto y le hablaré al corazón», el ermitaño de hoy, puede ir al desierto, al que el Espíritu lo lleve; concibiendo el desierto en nuestros días, como aquel lugar con las condiciones necesarias de soledad y silencio, que puede ser una montaña alejada de las poblaciones o bien en otro sitio idóneo, atendiendo siempre a «una separación más estricta del mundo», pues con ello, no sólo salvaguarda el nombre de ermitaño, sino que a la vez, asegura la integridad e identidad de esta vida dedicada exclusivamente a Dios.

III      MORADA DE DIOS

8. El monje, impulsado por el Espíritu Santo a habitar un sitio concreto de una Diócesis, vive en un eremitorio, imagen de la Iglesia.
   El eremitorio es morada de Dios, paraíso terreno donde el ermitaño a través de la liturgia, la Lectio divina, el silencio, la soledad, el trabajo y la oración incesante va conformándose a imagen de Cristo Sacerdote y Víctima. La Palabra de Dios instruye al monje en la disciplina del corazón y en la ascesis, de este modo, dócil siempre al Espíritu Santo, puede alcanzar la pureza del corazón y el constante recuerdo de la presencia de su Creador.
   El eremitorio es un lugar profético, anticipación del mundo realizado en Cristo Resucitado, anuncio constante de un universo llegado a su plenitud, lleno sólo de caridad y de la alabanza divina.
        a)     Dentro y fuera del eremitorio se guarda un absoluto silencio.
   b) Que el eremitorio tenga un territorio extenso, para que el ermitaño en algunos momentos determinados, pueda orar mientras camina, sin que sea molestado por curiosos.
9. En el eremitorio vive exclusivamente el ermitaño, y en períodos sumamente cortos, algún huésped que venga para hacer un retiro personal o bien otras personas por razón de prueba.

IV       LA VIDA SOLITARIA

10. El ermitaño está consagrado a Dios y manifiesta su vida con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedicando su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo. De esta manera contribuye con su vida escondida, al desarrollo y santidad del Cuerpo Místico de Cristo.
11. Por la Profesión Monástica, el ermitaño se consagra a Dios y se incorpora a una Diócesis que le acoge, renovando y vivificando su consagración recibida en los sacramentos del Bautismo y Confirmación. Y prometiendo estabilidad, se obliga a una auténtica conversión de su vida en animosa obediencia hasta la muerte.
12. Por el Voto de Obediencia, el ermitaño promete cumplir cuanto le mande el Ordinario del lugar, que es su Superior legítimo e inmediato, y lo realiza todo como si Dios mismo lo mandara. De esta manera crece en el abandono de su propia voluntad, e incitado por el amor, avanza hacia la vida eterna.
   Teniendo siempre en su corazón aquellas palabras de su Señor, que dijo: «No vine a hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió», sométase al Superior, siguiendo el ejemplo de Cristo que se hizo obediente hasta la muerte, y siga su forma de vida, bajo la dirección de las manos que han recibido sus votos.
13. La Profesión Solemne es irrevocable, esto implica que el monje realice un serio ejercicio de discernimiento delante de Dios, pues comporta una entrega total a Él y a su Iglesia. Por el Voto de Estabilidad, el monje se compromete a vivir en un sitio concreto, inserto en una Diócesis, para estabilizar su cuerpo y su alma. Por lo tanto, no existe ninguna razón de peso para pedir su traslado a otro lugar, comprendiendo que el deseo de cualquier cambio desdice su vocación de solitario.
   Abrácese con paciencia a las condiciones del sitio al que ha sido llevado por el Espíritu y recuerde sin cansarse ni desistir de tan gran propósito que ha hecho, pues dice la Escritura: «El que persevere hasta el fin, se salvará», y recordando las otras palabras del Profeta, que dice: «Espera en el Señor, se valiente», anímese y no desespere, sabiendo que recibirá mucho más de aquello que ha dado.
14. Nuestro retorno a Dios es sencillo y se conquista fácilmente con el desprendimiento de todo, sean objetos, sujetos o afectos desordenados. Despojándose sobre todo de sí mismo, el ermitaño participará del estilo de vida de los primeros y santos Padres del desierto, que lograron la santa unión; sólo así podrá decir con el Profeta: «me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad».
   Por el Voto de Conversión de Vida, el monje, en medio de la soledad y el silencio, quedando a su libre albedrío, examina lo que es grato a los ojos de Dios y cumple responsablemente con su compromiso. Discerniendo junto con el Obispo, evite sobre todo conformarse al mundo, del que se encuentra separado, pues si abraza con facilidad las comodidades de la vida, contradecirá su estado de vida de abandono total a la Divina Providencia.
   El monje al elegir a Cristo Pobre, para enriquecerse con su pobreza, no se apoya en lo terreno sino en Dios. Por lo tanto, nada considere como propio, ni siquiera el dominio de su propio cuerpo. El ermitaño pues renuncia a la facultad de pedir, recibir, dar o transferir alguna cosa sin permiso.
   Que en todo el eremitorio aparezca la sencillez y la pobreza, retirando de él cuanto de superfluo y llamativo exista.
   Ningún instrumento musical está permitido para acompañar el canto litúrgico, pero pueden admitirse aquellos que sirvan para educar la voz o la grabación, con el fin de aprender el canto.
   Quedan totalmente excluidos los medios de comunicación masiva como la radio, la televisión o cualquier otro que no sea verdaderamente necesario para el progreso espiritual del ermitaño.
   Cuando el ermitaño esté enfermo, abrácese a la Cruz de su Redentor y recuerde que ha elegido una vida de penitencia y ofrezca a Dios cuanto sufre, a fin de que alcance con ello, la salvación de muchas almas. No le está permitido hacer uso de ningún tipo de seguro médico, pues resultaría contradictorio respecto al deseo de abrazar una vida verdaderamente austera. Puede, si el Director espiritual lo sugiere, o su Superior Inmediato, en caso de gravedad, recibir la visita de un médico; pero ante todo, ponga su confianza en Dios, y use de los medios que los más pobres también tienen a su disposición.
El monje, olvidado de sí, y de la vida de pecado que ha dejado, corra hacia la meta, hasta alcanzar el Premio que Dios le reserva en su Hijo Amado, y así, con todas sus fuerzas y apoyado en su Señor, trate de estabilizar en él, todos sus pensamientos y sus afectos, con un corazón sencillo, manso y humilde y una castidad perfecta de mente y corazón, acordándose que Dios siempre está presente, repita las palabras del Profeta y diga en todo momento: «Yo te amo Señor, Tú eres mi fortaleza».
15. El hábito es signo de consagración, el del ermitaño no debe de tener nada de lujoso o superfluo, contrario a la simplicidad y pobreza religiosa. Como monje le corresponde la rusticidad en la ropa y en todas las demás cosas que usa. Por tradición los monjes han usado una túnica y un escapulario, con un cinturón de piel; para distinguirles de los religiosos. El color varía de acuerdo a las zonas, aunque el color negro es el de uso común. La cogulla, blanca, es propiamente el hábito monástico y se entrega al ermitaño el día de su Profesión Solemne. Cuídese que este signo sea entregado por un Abad, para asegurar la transmisión de la tradición monástica.
16. Para el ermitaño la oración es vida. Toda acción, por insignificante que parezca, debe tender a la oración, puesto que constituye un trabajo vocacional en él.
   La oración ocupa un lugar privilegiado en la vida eremítica, comprende:
Oración litúrgica: celebrada en la capilla del eremitorio, tomando como referencia la Liturgia de las Horas según el rito monástico, bajo un régimen o estructura propia, adaptada a la vida solitaria. El ermitaño, según la tradición monástica, va a la capilla 7 veces al día, para realizar la Obra de Dios, a saber: Vigilias, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.
Oración personal: aunque no existe, si hablamos con propiedad, horarios fijos para el diálogo con Dios, es sobre todo un ejercicio de disciplina, de coordinación o sincronización en la jornada monástica, lo que hace, al menos, tener asegurados ciertos momentos en que el ermitaño se dedique propiamente a su oficio: orar.
   Sin auténtica oración la vida eremítica no se sostiene. Se dice que el ermitaño platica día y noche con Dios, y trata de no ocupar su imaginación más que en cosas de Dios y de no poseer nada sobre la tierra. Es precisamente esta plática amorosa en silencio con Dios que llamamos oración. La oración personal se funde con la Lectio divina, complementa y alimenta la oración litúrgica, el trabajo y la relación que el ermitaño lleva con toda la creación.
   La Eucaristía ocupa un lugar preponderante, a semejanza de los primeros Padres. En caso de que el ermitaño no sea sacerdote, tendrá una Celebración de la Palabra unida al Oficio de Laudes, de tal manera que la comunión diaria le reconforte y ayude en su jornada. Después de las Primeras Vísperas o en el trascurso del día domingo, según un Sacerdote pueda ofrecer este servicio, se tiene la Eucaristía presencial. Aunque no es lo más recomendable, sólo si es necesario el ermitaño podrá asistir a la Parroquia o Capilla más cercana, en caso de que algún Sacerdote no pueda prestarle el Servicio; al menos 1 vez al mes.
   Con la debida autorización, el eremitorio deberá tener su propia capilla, en la cual el ermitaño contará con la Presencia Sacramental de su Señor en el Sagrario.
17. Aunque la Iglesia siempre se ha ocupado de velar con caridad por las necesidades de los ermitaños, también por tradición, estos han comprendido bien, aquello que dice el apóstol: «El que no trabaje, que no coma».
   El trabajo monástico es ante todo un medio de colaboración con la obra de la creación y del propio desarrollo personal. Se divide en trabajo manual e intelectual:
Trabajo manual: las labores propias del mantenimiento del eremitorio constituyen ya un servicio requerido. Sobre todo se procurará tener un huerto y un terreno para sembrar hortalizas, árboles frutales, etc. Como el ermitaño no come carne, no es necesario tener una pequeña granja, sin embargo, jamás se atreva a rechazar aquello que la Divina Providencia haga llegar a su puerta. Se podrá trabajar también en la elaboración de artesanía religiosa en madera, así como elaborar encuadernaciones que se pondrán vender en alguna tienda de la Diócesis.
Trabajo intelectual: de ser posible se buscará que la producción de textos (sobre todo de índole espiritual), sea a través de libros y revistas, ofrezcan a la vez un medio de subsistencia. También podrá tomarse en cuenta una labor editorial, la realización de traducciones, así como la corrección de textos o diagramación de obras encaminadas a la mayor gloria de Dios. Puede tenerse una editorial propia.
   El trabajo manual comprende sobre todo el turno de la mañana, y el trabajo intelectual por la tarde; tomando en cuenta las estaciones del año, así como otros factores que en algunas ocasiones necesiten dispensa a tenor de la circunstancia.
   Todo tipo de trabajo que realice debe ser contemplativo, por eso sobre todo, obsérvese que sea un trabajo que no quite la paz del corazón. Vigile pues que el trabajo no llegue a convertirse en una evasión y quite el lugar que le corresponde a la oración. Pero ante todo, ponga el ermitaño, su confianza absoluta en su Padre, fuente de toda subsistencia y comparta con los más pobres y necesitados, cuanto tenga, así como el fruto de su trabajo.

18. El alimento espiritual fundamental para el solitario, es la misma Palabra de su Señor; por ello ocupa grandes momentos, a lo largo de su jornada, a la Lectio divina, para escuchar del mismo Dios, cuál es Su Divina Voluntad.
  
Ante todo la lectura espiritual debe realizarse con el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, sin menospreciar los textos de los Padres de la Iglesia o bien de autores monásticos y/o necesarios para el fortalecimiento y crecimiento espiritual.
   Que haya dentro del eremitorio un Scriptorium, lugar específico para esta práctica, de tal manera que constituya en sí, un sitio en donde el ermitaño halle sosiego y paz y sea un aliciente para alcanzar con la gracia de Dios, el don de la Contemplación.
19. Debe existir una ruptura real con el mundo, y no sólo a nivel de ideas, por lo tanto debe evitarse todo aquello que produzca externamente ruido, ya que toda irrupción, toda violación procedente del exterior es una distracción y un perjuicio para la débil condición humana del solitario. Si bien, él sabe que ante todo, debe acallar los propios ruidos interiores, mucho le ayudará el evitar rodearse de elementos que permitan su dispersión.
   El lugar escogido para el eremitorio debe gozar del silencio exterior, alejado de las poblaciones, pero en la medida de lo posible, accesible en sus medios para llegar a él.
   Aunque al principio le resulte duro, gradualmente, si es fiel, el mismo silencio irá creando en él una atracción cada vez mayor. Que el ermitaño no hable, si no existe necesidad, cuando alguien venga a verlo, y cuando lo haga, sea mesurado y que de su boca broten sólo palabras que edifiquen, a fin de que, quien por gracia divina, le encuentre y mire ese testimonio de amor que debe ser su vida, crea que Cristo vive hasta hoy en Su Iglesia.
   Cante el ermitaño el Oficio Divino, pero guarde silencio fuera de este tiempo, a fin de que propicie su recogimiento, y escuche, ante todo, a su Señor, que constantemente le habla.
   Guarde silencio, de tal manera que vigile en todo momento y espere la vuelta de su Señor, quien le ha llevado hasta aquel sitio, para hablarle al corazón.
20. La soledad es ante todo libertad para ir más lejos, por eso, con relación al monje cenobita, el ermitaño cuenta con un atajo abrupto hacia la misma cima. La soledad es propicia para ir hacia la meta de la vocación monástica, de entrar más a fondo en el misterio pascual.
   Es en esta soledad donde se descubren las posibilidades y los límites que constituyen la auténtica personalidad, por eso la vida solitaria da pruebas, respecto al cenobitismo, de un respeto mucho mayor a la persona y al camino propio por el que Dios le conduce.
   Guárdese esta gracia recibida y en ningún momento crea el ermitaño que es necesario abandonar su soledad. No se atreva a salir sin permiso alguno. Respete la clausura a perpetuidad y sólo por razones sumamente graves, salga de los límites que comprenden el eremitorio.
   Queda, por vocación, liberado de toda actividad externa.
   Nadie podrá entrar al eremitorio, a menos que el Ordinario del lugar, determine lo contrario, o apruebe la instalación de una celda extra para recibir huéspedes, o bien otras personas por razón de prueba; aún en este caso, sólo el Superior inmediato está autorizado a otorgar los permisos pertinentes.
   Téngase discreción con el uso de los medios de comunicación, si se prevén necesarios, como el teléfono celular o internet; aún para la correspondencia ordinaria, pues todo ello constituye una forma de evasión y va en contra de la espiritualidad eremítica. Quede a consideración del Superior inmediato, el uso de medios electrónicos, sea para la necesaria formación o por motivos de trabajo, pero ante todo, el ermitaño, dé cuenta a Dios, tomando conciencia de la radicalidad que comportan sus votos, ya que en algunas ocasiones, alguna dispensa, por necesaria que parezca, contradice su estado particular de vida.
21. Las Vigilias recuerdan al monje su oficio de centinela, quien espera con alegría y paciencia el retorno de su Señor. La razón de ser del solitario es pues la vigilancia, la espera amorosa que le hace interrumpir el sueño a la mitad de la noche, a fin de que aguarde en oración, él mismo figurando la Iglesia toda.
   De él debe entenderse principalmente este oficio que pide san Pedro a los primeros cristianos: «Estén sobrios, vigilen; que su enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resístanle firmes en la fe».
   Además de ser el pórtico por el que se accede a todo el conjunto del Oficio Divino, el Oficio de Vigilias se realiza en medio de la noche, cuando todo está en calma y la serenidad del ambiente permite experimentar de manera mucho más cercana, la presencia del Señor.
22. Según la tradición monástica, al ermitaño le corresponde seguir a Cristo cuando ayuna en el desierto; con el único fin de que dominando el cuerpo, su alma brille con el deseo de Dios.
   Este ayuno, practicado con verdadera simplicidad, tiene la finalidad de ayudarnos en nuestro proceso de conversión, como lo practicaba desde antiguo el pueblo de Israel y todos aquellos que fueron convidados a acercarse a Dios. Pero ante todo, el ayuno debe llevarnos a volvernos más solidarios con aquellos más pobres del mundo que no tienen nada que comer, y así nos hacen capaces de recordar que nuestra caridad, debe estar por encima de las observancias, y de que ante todo, el mismo Señor es nuestro alimento capaz de darnos lo que necesita no sólo el cuerpo sino sobre todo el alma.
   La alimentación del ermitaño debe ser sumamente sobria, pero téngase lo necesario para la repentina visita de algún huésped, y recíbasele como al mismo Cristo, concediéndole incluso aquello que el mismo ermitaño, por su condición, no tiene permitido comer.
23. El ermitaño, consagrado más íntimamente al Señor por su Profesión Monástica, está comprometido, consciente y voluntariamente, a seguir a Cristo más de cerca y a participar de su cruz y de su inmolación.
  
Sin embargo, el monje debe proceder con prudencia y discreción; tomando en cuenta, la sabiduría de nuestra tradición, vigile por llevar una ascesis especial, acomodada no sólo a su humana naturaleza sino sobre todo al fin de su vocación.
   Toda la ascesis debe de estar ordenada a la búsqueda de Dios. Estos elementos son: ausencia de confort y distracciones que debilitan la voluntad y disipan el espíritu, práctica de la pobreza en las cosas de uso personal, interrupción del sueño a mitad de la noche, trabajo, soledad y silencio, ayuno, frugalidad en la alimentación, abnegación de sí en aras de la obediencia, y en general todo aquello que fomente el placer y el bienestar.
   Respecto a la alimentación, el ermitaño debe abstenerse perpetuamente de carne.
   Aunque la jornada monástica, en particular, la eremítica, es una vida dispensada de apostolados externos, es pertinente, que sin ser una rígida estructura, la disciplina procure salvaguardar algunos elementos que requieren atención, con el único fin de llevar a cabo la Obra de Dios, a buen término. El domingo, dedicado al Misterio de la Resurrección, es día de alegría y se suspende el trabajo, lo mismo que los días marcados como Solemnidades en el Calendario litúrgico propio; por eso, dedicándole más tiempo y con auténtica devoción, participe en la Eucaristía y entréguese con más empeño a la Oración y a la Lectio divina.
24. Desde los orígenes del monacato cristiano se pensó que mediante el estricto rigor de la separación del mundo, se expresaría y afirmaría la total consagración a Dios, de parte del monje. Esta es pues la principal característica del ermitaño.
   Este apartamiento se convertiría en una observancia farisaica si no fuera un signo de aquella pureza de corazón a la que únicamente se promete la visión de Dios, el don de la Contemplación. Para alcanzar este don se necesita una gran abnegación, sobre todo de la natural curiosidad que el hombre siente por todo lo humano.
   El ermitaño no debe dejar que su espíritu se derrame por el mundo, andando a la búsqueda de noticias y rumores. Por el contrario, su parte consiste en permanecer oculto en el secreto del rostro de Dios.
   Fuera del ejercicio de la Lectio divina, no se llenará con seudo lecturas piadosas. Evitará los libros o revistas que puedan turbar su silencio interior. No le está permitida la lectura de diarios; sin embargo, conviene que tenga algún conocimiento de los grandes intereses de la Iglesia, así como de los afanes y problemas del mundo, ya que su familiaridad con Dios no estrecha su corazón sino que lo dilata y lo capacita para colocar en Él, todo cuanto sufren o gozan sus hermanos del mundo.
25. El ermitaño, en la soledad y silencio del eremitorio, vive su carisma propio de dedicación exclusiva a «lo único necesario», consagrado a la búsqueda de Dios en una vida de oración y penitencia.
   La verdadera razón de ser del ermitaño no se halla en su misión apostólica oculta, sino que reside sólo en Dios, digno sobremanera de que, entre todos los seres creados por Él, al menos algunos pocos se consagren exclusivamente a vivir con el corazón y la mente siempre fijos en Él.
   Al abrazar la vida oculta, el ermitaño no abandona a la familia humana, sino que consagrándose exclusivamente a Dios, cumple una misión en la Iglesia, donde lo visible está ordenado a lo invisible, la acción a la contemplación. Separado de todos, se une a todos para, en nombre de todos, permanecer en la presencia del Dios vivo.

V         VIDA FRATERNA

26. Buscar siempre y en todo la voluntad de Dios es una exigencia mucho mayor para el que ha sido llamado al combate espiritual en el desierto, pues debido a su carácter autónomo, puede más fácilmente caer en el uso desequilibrado de su propia voluntad.
   La docilidad al Espíritu Santo se concreta en su relación con el Obispo, garante de la norma de su viday a quien debe obediencia. Siendo pues el Pastor de la Diócesis su Superior inmediato, participe espiritualmente de todas sus cargas, necesidades e intenciones. Únase en espíritu a todas sus actividades pastorales y no cese de orar por él, por todos los Sacerdotes y Religiosos de la Diócesis, así como por todo el rebaño. El ermitaño debe obediencia absoluta al Papa, su Superior Mayor, por lo que de cuanto se dice espiritualmente del Obispo, debe tenerse en cuenta también de aquel.
  
Todo eremitorio se encuentra bajo régimen Sui Iuris, y es de carácter Extra Ordinis. Por esto, fuera del Santo Padre o del Obispo, nadie puede interferir en la vida del eremitorio.
   Sólo el Obispo puede solicitar su presencia fuera del eremitorio, para dar testimonio de su opción de vida, pero no más de 1 vez por año.
   Aunque su vocación esté «escondida a los ojos de los hombres», por su consagración a la Iglesia, su dirección postal debe constar en el Directorio Diocesano. Hágasele llegar también a él, un directorio, así como la calendarización de las actividades contempladas, a fin de que pueda pedir a Dios, para que todas lleguen a feliz término.
27. Así como dice el Profeta: «Honra a tu padre y a tu madre», mitigue un poco el rigor de la separación, bien sea para recibir a sus parientes cercanos, bien para visitarles, no más de 3 días al año; seguidos o separados.
28. El ermitaño deberá tener un Confesor, con el que asiduamente recibirá el Sacramento de la Reconciliación, a fin de permanecer siempre grato a los ojos de Dios. El Obispo, cuide de que el Confesor, sea un Sacerdote prudente y de experiencia, a fin de que pueda ayudar al hermano en su camino de conversión.
   El Director espiritual que acompañe el camino del ermitaño, en suma debe ser discreto y sumamente prudente, lleno del Espíritu Santo y del don del discernimiento de espíritus, a fin de que no sólo allane el camino del solitario, sino que a la vez, pueda él mismo, impulsar su propio retorno hacia Dios. Vele el Superior inmediato, para que el ermitaño tenga una dirección responsable. Este servicio, sólo debe ofrecerlo algún Abad o Prior de algún monasterio cercano, experimentado en el combate espiritual; o en su defecto otro ermitaño, que goce de mayor experiencia en la vida anacorética.
29. Los primeros Padres del desierto, jamás llamaron a la gente de su tiempo, para predicarles o darles consejo; sin embargo, en razón del espíritu de prudencia y discreción que poseían, y dotados de sabiduría que viene de lo alto, fueron siempre buscados por muchas personas de todos los estratos sociales, y de diversas regiones y de muy distintos cargos en la Iglesia y en la sociedad, para pedirles consejos o palabras que pudieran confortar sus almas.
   De ahí que, anteponiendo la caridad, a las múltiples observancias monásticas, los monjes, y en particular los ermitaños, hayan ejercido desde antiguo, la Dirección y Paternidad espiritual. Por esta misma razón, puede, si el Obispo lo aprueba, brindar este servicio a quienes se han consagrado a Dios, sea por los consejos evangélicos o mediante el sacramento del Orden. Bajo ninguna circunstancia puede darse este servicio a laicos.
30. La recepción de huéspedes, tan propio de los Padres del desierto y la tradición monástica, practíquela el ermitaño según el espíritu evangélico y de caridad, que debe animar su vocación. Tenga prudencia con las visitas, en particular de los curiosos y de los profesionales de la información, que muchas veces no son de ayuda en su vida regular.
   Un huésped no puede estar en el eremitorio más de 1 día al año; y sólo son admitidos aquellos que el Ordinario del lugar autorice. Entiéndase también lo mismo para aquellas personas que vienen por razón de prueba.
31. El silencio y la ausencia de distracciones favorecen la apertura a la palabra interior, a la concentración y a la continuidad del diálogo con Dios; es ahí donde todos los lazos de la fe y del destino humano alcanzan una auténtica soledad y una madurez verdadera. No apartado de su retiro, el eremita se encuentra delante de Dios, su Padre, teniendo en su corazón la solicitud de la salvación de todos. Es pues, misteriosamente recolocado en el mundo que dejó, para participar secretamente de su vida. Y por toda la Iglesia, y en nombre de todos sus hermanos es que él sube a la montaña de Dios.

VI       LA VOCACIÓN EREMÍTICA

32. Es el Espíritu Santo quien conduce al desierto. Nadie pues se atreva a ir por iniciativa propia. Todo debe ser hecho en obediencia a Dios. Este llamado puede llegar después de algunos años de vida comunitaria, pues imprudente es aquel que se entrega a una vida solitaria, sin haber aprendido, con la ayuda de muchos hermanos, a luchar contra Satanás, contra los vicios de la carne y de los pensamientos.
   Sin embargo, son muchos los que se sienten llamados a abrazar la vida eremítica, sin haber pasado por el crisol de la vida comunitaria. Y no siempre o necesariamente es una ilusión. Muchos otros buscan la soledad por atracción natural, por amor a la tranquilidad, por el fastidio de la vertiginosa vida actual o aún por tener un carácter tal, que la vida en comunidad les resulta sumamente penosa. No se puede afirmar que es el Espíritu Santo quien los lleva al desierto, sin embargo, el Espíritu del Señor que tiene en consideración los temperamentos, puede insertar una vocación sobrenatural sobre un fondo de este género. Según lo atestigua la historia monástica, es lo que acontece de modo más o menos latente y acentuado.
33. Ante todo véase si de veras busca a Dios, y recíbasele, según cada proceso, lo que indica el Ritual de Vida Eremítica. La formación tiene su sentido de ayuda para restaurar la imagen primigenia en el monje, gracias a la ayuda del Espíritu Paráclito; acompañado siempre por la maternal protección de la Santísima Virgen, acomódese todo cuanto sea necesario, a fin de que Jesús se manifieste en la persona toda del ermitaño.
   a) Si el aspirante no ha tenido experiencia comunitaria monástica, se pedirá a un Monasterio, de vida íntegramente contemplativa, que lo acoja por período de 1 año, en el que pueda discernir con mayor tranquilidad su vocación. Si finalizado este año, persiste en su deseo, inicie entonces su etapa de Aspirantado durante 1 año. El aspirante no lleva ningún hábito, pero en todo observará la Regla, como un monje profeso; y que otro más experimentado que él, le reciba a razón de prueba, mientras construye su propia celda.
   b) Si después de 1 año, el Hermano y su Padre espiritual, creen que Dios le invita a seguir a Jesús por este camino, impóngasele un hábito y que inicie así su período de 1 año de Postulantado. El postulante en todo observará la Regla, como un monje profeso.
   c) Si pasado este año, prosigue en su deseo de unirse a Dios, por este camino, llévesele ante el Obispo, y preséntelo como apto para iniciar canónicamente su Noviciado. Entonces que prometa ante él y ante el altar, vivir como monje ermitaño, en el eremitorio que ha ido construyendo, y bajo la guía de otro monje más experimentado que él. Este período dura 2 años, donde recibirá la formación pertinente. En todo observará la Regla, como un monje profeso. El novicio puede marcharse libremente o ser expulsado del eremitorio, y no se le volverá a admitir en ninguno de los casos.
   Para quienes hayan hecho vida monástica cenobítica, siguiendo la Regla de San Benito, haciendo su Noviciado o han emitido, al menos Votos temporales, están dispensados del Aspirantado, del Postulantado y de 1 año de Noviciado. No así para cualquier otro consagrado, de cualquier Congregación o Instituto o para los Sacerdotes del Clero Diocesano.
   d) Si al término de su etapa como novicio, el monje desea consagrarse en cuerpo y alma a Dios, pida a su Padre espiritual lo postule para recibir este regalo de la Iglesia. Entonces, previo a un retiro personal de 15 días, prometa: Obediencia, Estabilidad y Conversión de Vida. Estos Votos deben emitirse por 3 años, o por 1 año, renovable en 3 ocasiones, delante del Obispo y del altar; según la siguiente fórmula:
"En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén. Yo, hermano N..., prometo mi estabilidad, conversión de vida y obediencia por N… año(s), según la Regla de la Cruz,  delante de Dios y de todos sus Ángeles y Santos, en este eremitorio de N..., de la Diócesis de N…, construido en honor de la Bienaventurada Madre de Dios y siempre  Virgen María, en presencia de Dom. N..., Obispo de esta Diócesis. En fe de lo cual he escrito de mi propia mano esta solicitud, en el año del Nacimiento del Señor (dos) mil… día… del mes…" .
   Si es miembro Profeso Perpetuo de un Instituto religioso, valdrá la misma consagración hecha y sólo hará una promesa temporal que lo vincule al sitio donde desea vivir como ermitaño.
   Si es Sacerdote extradiocesano, por la Profesión queda adscrito a la Iglesia diocesana, notificándose al Obispo correspondiente.
  
Quienes provienen de experiencias monásticas, acordes a la tradición benedictina, es suficiente realizar la Profesión temporal por 1 año.
   Todos, sin excepción, deben renunciar de forma total a sus bienes. Haga pues esta renuncia no sólo ante la ley religiosa, sino también civil, antes de la Profesión; de manera que tenga efectos a partir del día de la emisión de sus primeros Votos.
   Para que la Profesión Temporal sea válida debe tenerse en cuenta lo que pide la Iglesia.
   El Rito de la Profesión Temporal se encuentra en el Ritual de Vida Eremítica.
   e) Al emitir sus primeros Votos, el monje inicia su etapa de Monasticado, por 3 años; tiempo necesario para que el nuevo Profeso conozca cada vez mejor el Misterio de Cristo y de la Iglesia y el patrimonio monástico y se esfuerce en vivirlo.
   El Ermitaño de Votos Temporales que, por causa grave, pide abandonar el eremitorio, puede conseguir del Obispo, el indulto de salida.
   El ermitaño, al término de su Profesión Temporal, puede ser excluido de la siguiente Profesión, por el Ordinario del lugar, oído el consejo del Padre espiritual, si existen causas justas o razonables.
   No se le volverá a admitir, sea que se marche libremente o si es expulsado.
   f) Al finalizar el Monasticado, el joven monje, ponga delante de Dios el anhelo de su corazón, y con paz, mire si Dios le está verdaderamente pidiendo unirse a él. Sepa que después de todo este tiempo de haber vivido al servicio del Señor, y gustando de su presencia, al emitir sus Votos Solemnes, quedará muerto al mundo y en adelante no podrá abandonar su celda, pues Dios desde ese momento le tomará para sí. En caso contrario, que se marche, y sepa que no volverá a ser admitido, bajo ninguna circunstancia y sin excepción.
   La Profesión Solemne es válida teniendo en cuenta lo que pide la Iglesia.
   El Rito de la Profesión Solemne se encuentra en el Ritual de Vida Eremítica.
   Previo a un retiro personal de 40 días, prometa el Hermano, delante del Obispo y del altar: Obediencia, Estabilidad y Conversión de Vida; según la siguiente fórmula:
"En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén. Yo, hermano N..., prometo mi estabilidad, conversión de vida y obediencia hasta el día en que Dios mismo me llame a juicio el día de mi muerte, según la Regla de la Cruz,  delante de Dios y de todos sus Ángeles y Santos, en este eremitorio de N..., de la Diócesis de N…, construido en honor de la Bienaventurada Madre de Dios y siempre  Virgen María, en presencia de Dom. N..., Obispo de esta Diócesis. En fe de lo cual he escrito de mi propia mano esta solicitud, en el año del Nacimiento del Señor (dos) mil… día… del mes…" .
El Obispo debe avisar a la Parroquia donde fue bautizado el Monje, así como a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSA) y/o a la Santa Sede, a fin de que la Iglesia entera se alegre de este hecho, que sin duda, es de beneficio para todo el Pueblo de Dios.
   g) La vocación monástica parte de la premisa de una continua y permanente formación que ayude al monje a vivir en plenitud su vida de conversión, es decir, su retorno a Dios; mediante el trabajo personal, como respuesta a la gracia, para alcanzar la pureza de corazón. Por eso, aún cuando la vocación eremítica es un estricto apartamiento del mundo, es deseable que el ermitaño dedique un tiempo para su formación permanente, con lecturas apropiadas que permitan su adhesión profunda a la fe católica y suscite en él, un deseo cada vez mayor, de unirse a Dios a través de esta vida para la que por pura gracia divina, ha sido escogido.

VII     BIENES TEMPORALES

34. El ermitaño nunca tenga ni guarde dinero en su poder, sin licencia de su Superior inmediato, porque el Hijo del hombre no tuvo donde reclinar su cabeza. De este modo, su elección de vida pobre, no sólo será un símbolo, sino una perfecta realidad, que le ayude a tender a Dios sin preocupaciones superficiales. Por lo tanto, no le está permitido adquirir, enajenar, poseer o administrar bienes temporales.
   Del mismo modo, en todo el eremitorio debe evitarse cualquier apariencia de lujo. Cuanto use pertenece a la Diócesis, a menos que se indique lo contrario, por orden expresa del Ordinario del lugar.
   Todo cuanto le sea traído por Dios, por medio de comunes circunstancias, como donaciones, etc., avise al Obispo, y no se fíe de lo efímero, sino de Dios mismo. Tampoco se inquiete por lo necesario, pues dicho está que hemos primero de buscar el Reino y su justicia.


                                                    VIII   FUNDACIONES

35. Con la ayuda de la Iglesia, pueden construirse otros eremitorios en los límites que la Iglesia disponga, o bien usar, si hubiere, edificios desocupados, tales como capillas o monasterios abandonados. Determinen si es prudente que se construya otro eremitorio cercano a los existentes. Pero ante todo, pruebe el Obispo y el encargado de estas vocaciones, a todos los aspirantes, para saber si este deseo viene verdaderamente de Dios.

IX      SEPARACIÓN Y SUPRESIÓN DE UN EREMITORIO

36. Ningún ermitaño crea con facilidad que tiene razones de peso para pedir al Ordinario del lugar, su traslado a otro sitio. Como lo atestigua la historia monástica, Satanás, a través de espejismos y deseos de cambios de lugar, ha engañado a muchos. Este hecho contradice su vocación misma.
   a) Si el Hermano quiere pasar a un Instituto de Vida Consagrada o Secular, o a una Sociedad de Vida Apostólica, o Dios lo quiera, a un Instituto de vida íntegramente contemplativa, atiéndase lo que pide la Iglesia y obsérvese lo que la Santa Sede disponga, y sujétese a ello.
   b) Si el Obispo, examinando la conducta de un monje, nota que no cumple con esta Regla, o simplemente su manera de vivir no se ajusta en algo o en mucho al espíritu de la vida eremítica, después de corregirle fraternalmente, invítesele a dejar este estilo de vida. Y si no aceptara la amonestación del Pastor, dé este último, testimonio del hecho y mediante un decreto, expúlselo de la Diócesis, para que no se le reconozca como ermitaño dentro de los límites de la Iglesia diocesana, y dé parte a la CIVCSVA.
   c) Si el ermitaño, en un ejercicio de discernimiento serio junto a su Director espiritual, cree que debe de abandonar este estado de vida, exponga por escrito al Obispo, las causas que lo mueven. Y tenga en cuenta que no podrá ser admitido nuevamente a esta Iglesia, bajo ninguna excepción, de donde libremente pide salir.
   Pida el Ordinario del lugar la dispensa de los Votos a la Santa Sede, para que sea reducido al estado laical. Si el ermitaño, fue ordenado Sacerdote mientras estuvo en el eremitorio, debe pedir la reducción al estado laical, pues fue admitido a las Sagradas Órdenes, con el único fin de servir a Dios dentro del eremitorio. Puede estudiarse el caso junto al Superior inmediato, para aplicar lo que pide la ley eclesiástica.
   Los que se van o son expulsados no pueden exigir nada del eremitorio o de la Diócesis, por los servicios prestados al Señor, no obstante, cúmplase con ellos la norma de equidad y caridad evangélica.
37. Cuando por circunstancias especiales y permanentes no haya esperanzas fundadas de que pueda llevarse vida regular en un eremitorio, se ha de pensar si conviene cerrarlo. Compete al Obispo decretar la supresión de un eremitorio, y reducirlo a casa diocesana, con el fin que considere más apropiado. Pero sepa el Obispo que dará cuenta de este hecho ante Dios; por lo que sólo por razones graves, puede solicitar la expulsión de un ermitaño o suprimir un eremitorio.

X        MARÍA, REINA DE LOS MONJES

38. La Madre de Jesús, a quien seguimos por este camino estrecho, es por lo tanto, Madre nuestra y Reina de todos los ermitaños, tenga pues un lugar especial en el corazón del monje y con devoción verdadera y auténtica confianza, ponga en sus manos su vocación y aprenda de ella a guardar todo en su corazón, para dar frutos de santidad a toda la Iglesia.
   Rece el rosario en alguna parte de su jornada, y cante siempre su Oficio Parvo, después de cada Oficio litúrgico; para que se vea que la Señora, ocupa un lugar importante en la vida de aquel que ha dejado todo para unirse a su Hijo.
39. El eremitorio y el ermitaño están consagrados a la Bienaventurada Virgen María, Madre y Figura de la Iglesia en la fe, en la caridad y en la perfectísima unión con Cristo.
40. Esta Regla está escrita para monjes y para que sea observada en un eremitorio, con el único fin de demostrar a través de la vida regular, un mínimo de vida monástica. Pero a quien le parezca insuficiente y corra hacia la perfección de la vida, está la sabia doctrina de los Santos Padres, cuya observancia, sin duda alguna, lleva a cualquier hombre a la cumbre de la perfección, como ya lo aseguraba nuestro Padre San Benito en su Regla.
   Bien sabemos que si leemos en las Sagradas Escrituras cualquier parte, hallaremos siempre recta norma de vida; así cualquier cristiano arriesgado puede abismarse si desea unirse más íntimamente a su Señor. Sin embargo, para nosotros, monjes tibios, relajados y negligentes, quienes apenas iniciamos, el camino estrecho de la vida interior, nos causan todas ellas, tanto confusión como sorpresa.
   Quiera Dios que con el cumplimiento de esta mínima Regla, cualquier hermano o hermana que desea abrazar la vida anacorética o eremítica, con el impulso del Espíritu Santo y animado por la caridad y su fidelidad a la Iglesia, con el socorro de la Bienaventurada Virgen María, Reina de los eremitas, corra gozoso a la plenitud del amor, y así, en todo cuanto haga, sea Dios glorificado.